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Seguramente también tú has oído hablar de Greta. ¿Quién no? No en vano, desde su primera aparición pública en agosto de 2018 hasta esta cumbre climática de Madrid, han bastado quince meses para que se haya convertido en personaje del año 2019 según la revista Time, y su rostro sea reconocible en casi todo el mundo. Probablemente sobre ella también tú tienes una opinión que se mueve entre dos extremos. Hay dos discursos (como en casi todo en los tiempos que corren), para elegir.
Para unos, es la heroína defensora del medio ambiente. Una niña especialmente sensible que, sintiendo la herida medioambiental y su urgencia, y con el apoyo de su familia –los primeros a los que convirtió a la causa–, inició en agosto de 2018 una huelga escolar en Estocolmo, mientras se plantaba con un cartel reivindicativo frente al parlamento. El alcance de la acción inmediatamente se multiplicó gracias a los medios de comunicación. La joven se convirtió en adalid de la lucha contra el cambio climático, y desde entonces en activista que clama en los grandes foros.
Para otros, es una niña manipulada, un juguete (que acabará roto) en manos de sus padres –que ahora anuncian que la hermana menor también va a ser adalid del feminismo– y de otros intereses ideológicos. No ayuda su frecuente gesto de irritación ni sus modos bruscos y airados. Quienes la ven así, rechazan como impostura –o como algo al alcance de cuatro privilegiados– algunas actitudes (como la de viajar en catamarán en lugar de en avión), y se preguntan por qué no está en el colegio en lugar de dando mítines por donde pasa.
Perderíamos el tiempo si convertimos a Greta en la cuestión. Si nos enzarzamos en destripar su figura y su vida (que si tiene Asperger, que si su madre fue a Eurovisión, que si…). Porque probablemente las dos aproximaciones tengan su parte de verdad. No hay duda de que su discurso tiene fuerza porque habla del mundo en que vivimos. Pero también está claro que si tiene repercusión global es porque, como toda campaña, esta está pensada para tener incidencia. Y no hay duda tampoco de que tras sus discursos no hay ni improvisación ni son tan solo la reflexión de una joven de 16 años.
La cuestión es lo que «El caso Thunberg» nos dice de nuestro mundo. Desde hace años los científicos más prestigiosos vienen alertando sobre la crisis climática. Pero difícilmente podemos señalar el nombre de uno solo de ellos (aunque hayan ganado el premio Nobel o tengan una obra reconocida y sólida). Y, sin embargo, hoy Greta es un rostro fácilmente identificable. Nuestro mundo prefiere los iconos a los datos, los héroes y villanos a los científicos, y las polémicas a los procesos. Eso es lo que refleja esta historia. Y si nos entretenemos en ensalzar o demonizar a la joven de las trenzas y el gesto irritado, seguiremos sin hablar de la verdadera cuestión. ¿Qué está pasando con nuestro mundo? ¿Son sostenibles nuestras pautas de consumo? ¿En qué debemos cambiar? ¿Qué es lo que está a nuestro alcance? ¿Qué dice la ciencia? ¿Qué parte del futuro nos importa, solo las próximas décadas o también el legado de las próximas generaciones? Y, como cristianos, cómo se vinculan la fe y el cuidado de la casa común?
Mientras nos conformemos con el griterío sobre el diálogo, nos quedemos en el icono sin ir a la trastienda y nos entretengamos en polémicas de consumo, estaremos bailando al son de la música que otros tocan para tenernos distraídos y atrapados en la feria de los diletantes.