El encuentro con un cristiano auténtico no cesa de sorprender desde hace dos mil años: ¡qué insólita es su condición! «Extranjero y peregrino en la tierra», transeúnte que atraviesa los senderos del tiempo que tiende a la eternidad, posee ya lo que busca, aunque todavía no de un modo pleno y evidente.
Es testigo de una esperanza bienaventurada y posee la prenda de una promesa infinita. Irradia la alegría a su alrededor, aunque ha renunciado a muchas de las alegrías que propone este mundo; sin embargo, no está dispensado del dolor...
¿Cuál es entonces el secreto del verdadero cristiano? Lo custodia en lo hondo de su corazón y lo declara con orgullo: su secreto es Cristo, Señor del tiempo y de la historia. La pascua de Jesús ha destrozado la dimensión temporal y ha irrumpido la eternidad entre nosotros: la vida eterna es el Pan en que él se entrega. Quien observa su Palabra que no pasa, quien acoge su sacrificio de salvación y vive con él el dolor como pascua, entra desde ahora en la eternidad y permite que, a través de su propia existencia, ésta transfigure un poco el tiempo.
El cristiano abre al sol la ventana de su morada para que todo quede inundado de luz. Ahora bien, el conflicto entre las tinieblas y la luz permanece aún en acto en el tiempo: cada discípulo de Jesús conoce esta lucha dentro de sí y a su alrededor; por eso vigila, porque sabe que tiene que combatir el buen combate de la fe. Cristo ya ha vencido, pero continúa luchando en nosotros para que sea derrotado el mal y se extienda el Reino de Dios, hasta el día que sólo el Padre conoce. Que su Espíritu de amor y de fortaleza nos haga a todos cristianos auténticos, tanto más presentes en la historia del hombre cuanto más inclinados al «día de Dios».
G. Zevini
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