Parece una broma, pero no lo es. A veces me han preguntado cómo puedo seguir creyéndome esto del Génesis, porque a nadie en su sano juicio le entra en la cabeza que eso haya podido pasar de verdad… Porque el Big-Bang, los chimpancés y el propio Darwin ya hablan por sí solos. Y lo más curioso, es que desde hace mucho tiempo la mayoría de los cristianos lo entendemos como un relato que pretende explicar cómo es Dios, nadie con dos dedos de frente comprende estos pasajes como un libro de Historia o una explicación que quiera reemplazar a la ciencia. La Iglesia ya lo ha dicho varias veces. Las personas que escribieron este relato no pretendían demostrar que Dios existía o escribir el primer tratado de Historia, más bien querían explicar a los lectores cómo Dios ama al mundo.
Nosotros los cristianos entendemos que Dios está detrás de todo, salvo del mal. Y todo es todo, lo que vemos, escuchamos y sentimos, y también de lo que no vemos y no podemos acceder a través de nuestra mente racional o de nuestros sentidos limitados. Son las partes que vemos, pero el cielo también es aquello que se nos escapa y no podemos acceder. Este todo incluye la vida y la muerte, lo visible y lo invisible, el principio y el final, la naturaleza con sus leyes y al hombre con su libertad. Convierte de alguna forma nuestra fe en algo capaz de dar sentido a toda nuestra existencia, lo que fuimos, somos y seremos, porque la fe no se conforma con una respuesta parcial. Y lo más importante, que Dios sigue actuando ahora y hace las cosas por amor.
Dios bendice la Creación y lo considera algo bueno. Quizás esto nos puede ayudar a entender la realidad y a descubrir que todo puede orientarse hacia Dios, huyendo de la eterna división entre lo bueno y lo malo. Pero sobre todo, podemos continuar la misión de Dios de crear vida, de ser sus cómplices creando bondad, verdad y belleza, de manera que nuestro paso por el mundo sea un pequeño paso para construir un lugar mejor para todos.
Puede que cada uno de los cristianos podamos preguntarnos cómo intentamos imitar a Dios en nuestra vocación personal y comunitaria y ser creadores de vida y de belleza en este mundo tan necesitado de amor y de esperanza.
Álvaro Lobo, Sj.
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