Ary Waldir Ramos Díaz | Feb 19, 2019
En la cumbre sobre los abusos de menores en la Iglesia que inicia esta semana (21-25 de febrero 2019) en el Vaticano, el papa Francisco se propone, junto a 190 eclesiásticos y expertos de los cinco continentes, a escuchar el sufrimiento de las víctimas, trabajar para rendir cuentas, mejorar la transparencia y exigir mayor responsabilidad a los obispos para que nunca más haya encubrimiento y silencio.
El papa Francisco lo dijo y sus colaboradores lo saben: existe el riesgo de sobrevalorar la cumbre anti abusos de los próximos días y caer en discusiones alrededor de temas controvertidos como la relación entre homosexualidad y abusos, y perder de vista que el punto esencial es más complejo aún, pues la Iglesia deberá trabajar por recuperar su credibilidad que significa: cero abusos y cero tolerancia para quienes cometan o encubran estos horrendos crímenes.
En todo caso, la mancha de los abusos sexuales, de poder y de conciencia crece en la Iglesia y, como ha sucedido con la crisis en Chile, el informe del Gran Jurado de Pensilvania, la investigación de los obispos en Alemania, etc, apenas estamos ante la punta del iceberg. La mugre debajo del tapete sigue saliendo con la crónica de cada caso nuevo.
El problema es tal, que sin exageraciones, esto podría decidir cómo será recordado el pontificado de Francisco en futuro. Un cisma eclesial equiparable a la Reforma. Un problema que el papa Francisco no causó, pero que deberá enfrentar como líder actual de la ‘barca de Pedro’. Francisco es un líder inspirador y carismático, quizás como indicaba el filósofo Zygmunt Bauman: una luz al final del túnel ante la falta de liderazgo a nivel internacional y delante a la mediocridad espiritual y moral dentro y fuera de la Iglesia. Pero, si llega a ser visto como parte del problema de los abusos, eso podría acabar con su primavera eclesial.
Los tres días de la cumbre anti abusos en el Vaticano (21-25 de febrero) son definitivos en la medida en que se espera concretamente haya, un antes y un después, en la forma de tratar cada tragedia que devora la inocencia de los niños, la fe de los pequeños y desfigura el rostro misericordioso de la Iglesia. Porque el trabajo no terminará en el Vaticano: deberá llegar a cada rincón de cada iglesia local.
Es un grito que clama al cielo, como dijo el Papa, y tres días son pocos, pero que deberán ser suficientes para sacudir conciencias, renovar la esperanza y exigir que se asuman responsabilidades.
La Cumbre será un detonador, no la solución: los obispos tienen que ayudar y defender a las víctimas antes que pensar en preservar los inmuebles o el patrimonio de sus diócesis, especialmente en Occidente. Porque en definitiva, los peores casos de encubrimiento se realizaron, mirando atrás, especialmente en Estados Unidos, cuando el obispo escuchaba únicamente a sus abogados y asesores financieros, antes que prestar atención al sufrimiento de las víctimas, sus familiares y comunidades.
El problema ahora, es quedarse en las diatribas y en los juegos de poder que confunden lo esencial con las marañas para debilitar la imagen del Papa, alimentando viejas polémicas deterministas e ideológicas que apuntan como un cliché en la misma dirección y sin profundidad.
Todo ello, haciéndole juego al clericalismo, distrayendo en la mejora de la selección y la formación de los candidatos al sacerdocio por vocación, el apoyo social, eclesial a las familias más vulnerables, la discusión seria sobre las vocaciones y su diversificación, el papel de la mujer en la Iglesia, la responsabilidad de la entera sociedad en cuidar del porvenir de los niños y de las niñas, entre otros temas.