20 sept 2019

Novatadas












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Siempre he estado en contra de las novatadas. Durante muchos años me tocó vivir en un Colegio Mayor y he participado en innumerables discusiones sobre su pertinencia o no. Conozco de sobra el argumentario que defiende que son «rituales de integración», y todas las variantes sobre que es la forma de conocerse, conocer a los nuevos, acoger, relacionarse, y el dramatismo con que algunos veteranos argumentan que, si no se hacen, entonces los nuevos van a ir a su bola. El espíritu colegial en todas sus variantes parecería depender de la capacidad de los recién llegados para pasar por el aro y perpetuar un sistema de castas en el que el hoy burlado se convertirá en burlador mañana (y donde digo burlado, podemos decir humillado, acosado, abusado…)
Honestamente, no sé si alguna vez fueron otra cosa, pero sí sé que hoy en día no hay ninguna necesidad de novatadas para conocerse. Hay mil escaparates en los que tenemos información unos de otros. Y la gente joven está más que habituada a salir y socializar. Que no me digan que el único modo de llegar a interactuar es a base de bofetadas, pringues, flexiones, chupitos por decreto, baños en fuentes públicas, tartazos, duchas, simulaciones sexuales, pruebas de resistencia o la última ocurrencia del veterano de turno.
Hacen falta límites claros en la vida. Hace falta aprender a decir no, y en las novatadas hay tres noes necesarios. El primero, el de los responsables de las instituciones (universidad, residencias, etc). poniendo los medios a su alcance -que son muchos- para acabar con esta dinámica. El segundo -y sé que es algo difícil de pedir- el de los nuevos, negándose a aceptar esa lógica que disfraza el abuso de buen rollito-. El tercero el de tantos veteranos asqueados que prefieren alejarse, porque lo que a ellos les tocó vivir no lo desean para otros.
Seguramente mucha gente tiene un recuerdo idealizado de sus novatadas, y tal vez pueda evocarlas como un momento lúdico, de diversión y encuentro. No es tampoco infrecuente escuchar a alguien decir: “pues a mí me hicieron y no me pasó nada…” El problema es que tú no eres la medida de los demás. Y para otra mucha gente esa misma memoria es de angustia, humillación y sumisión. Y a quien hay que proteger no es a los fuertes, sobrados, carismáticos, que se las saben todas y para quienes esto no deja de ser otro rato de desfase. Sino a tantos otros (la mayoría, sospecho), que jamás harían algo así libremente.

José María Rodríguez Olaizola, sj