Del MENSAJE del SANTO PADRE PAPA FRANCISCO
entresacamos lo siguiente:
Queridos hermanos y
hermanas:
El Señor nos vuelve a conceder este año un tiempo propicio para
prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de la muerte y
resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria.
Debemos volver continuamente a este Misterio, con la mente y con el corazón. De
hecho, este Misterio no deja de crecer en nosotros en la medida en que nos
dejamos involucrar por su dinamismo espiritual y lo abrazamos, respondiendo de
modo libre y generoso.
Urgencia de conversión
Es saludable contemplar más a fondo el
Misterio pascual, por el que hemos recibido la misericordia de Dios. La
experiencia de la misericordia, efectivamente, es posible sólo en un «cara a
cara» con el Señor crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20).
Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan
importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad
de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene. De
hecho, el cristiano reza con la conciencia de ser amado sin merecerlo. La
oración puede asumir formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los
ojos de Dios es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza
de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad.
Así pues, en este tiempo favorable, dejémonos
guiar como Israel en el desierto (cf. Os 2,16), a fin de poder
escuchar finalmente la voz de nuestro Esposo, para que resuene en nosotros con
mayor profundidad y disponibilidad. Cuanto más nos dejemos fascinar por su
Palabra, más lograremos experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros.
No dejemos pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de
que somos nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión
a Él.
La apasionada voluntad de
Dios de dialogar con sus hijos
El hecho de que el Señor nos ofrezca una vez
más un tiempo favorable para nuestra conversión nunca debemos darlo por
supuesto. Esta nueva oportunidad debería suscitar en nosotros un sentido de
reconocimiento y sacudir nuestra modorra. A pesar de la presencia —a veces
dramática— del mal en nuestra vida, al igual que en la vida de la Iglesia y del
mundo, este espacio que se nos ofrece para un cambio de rumbo manifiesta la
voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros.
En Jesús crucificado, a quien «Dios hizo pecado en favor nuestro» (2 Co 5,21),
ha llegado esta voluntad hasta el punto de hacer recaer sobre su Hijo todos
nuestros pecados, hasta “poner a Dios contra Dios”, como dijo el
papa Benedicto XVI (cf.
Enc. Deus caritas est, 12). En efecto,
Dios ama también a sus enemigos (cf. Mt 5,43-48).
El diálogo que
Dios quiere entablar con todo hombre, mediante el Misterio pascual de su Hijo,
no es como el que se atribuye a los atenienses, los cuales «no se ocupaban en
otra cosa que en decir o en oír la última novedad» (Hch 17,21).
Este tipo de charlatanería, dictado por una curiosidad vacía y superficial,
caracteriza la mundanidad de todos los tiempos, y en nuestros días puede
insinuarse también en un uso engañoso de los medios de comunicación.
Francisco