Por Rafael Sanz
Los cristianos necesitamos de la alegría más que nadie. La tristeza es mala para todos, pero para nosotros es nefasta. No se trata de una alegría cualquiera. No es esa alegría que se confunde fácilmente con lo placentero.
No negaremos que en el hombre se une cierta alegría a toda forma de placer, pero la alegría cristiana bien entendida es algo más que eso, es de otra naturaleza. Mientras el placer es de naturaleza sensorial, la verdadera alegría es de naturaleza espiritual. Mientras que el placer al ser de naturaleza sensorial, tiene su fuente en la sensación; la verdadera alegría procede de una apreciación de la inteligencia.
Todos hemos experimentado ese tipo de alegrías: no son sensibles, ni van acompañadas de placer y que solo vibran en la profundidad de nuestro espíritu: son las alegrías del pensamiento y de la contemplación, de la propia entrega y del sacrificio. De esta alegría es de la que hablamos aquí: de la alegría “cristiana”.