No nace para contenerlo el vino y su contenido,
necesita de un cacharro para poder consumirlo.
La Iglesia es la vasija del vino-sangre de Cristo,
que quiso fuese de barro y de él, su signo vivo.
Conservarlo, ha preocupado ¡tanto! que lo ha retenido
y el corazón de los hombres, sin vino, se ha podrido.
Y lo que debiera ser el banquete de Dios vivo
es causa de gran dolor en el alma de sus hijos.
Allí donde menos se espera que nazca un signo distinto,
aparece el vino nuevo que sacia a todo ser vivo.
Surge la vida olvidada que nos llama a ser servicio,
al igual que hizo él cuando nos dijo: ¡Sed vino!
Reventad los odres viejos que el tiempo ha construido,
seamos los odres nuevos que Jesús vino a decirnos.
Bebamos la vida nueva que nos trae el nuevo vino,
y no andaremos a oscuras ¡jamás! en ningún camino.
Vino para ser bebido.
Brotes de Olivo | Jerusalén