Uno de esos objetos que tienen la capacidad de retrotraernos en segundos a nuestra más tierna infancia es la hucha naranja del Domund, aquella que miles de niños llevaban a sus casas, tal fin de semana como éste, para recaudar dinero para los misioneros españoles que tenemos por todo el mundo.
La hucha ya no es naranja, sino que es azul. Y ahora, Obras Misionales Pontificias se ayuda, mucho y bien, de las nuevas tecnologías, para recordarnos que todos somos importantes, que muchos pocos hacen mucho.
Les he puesto a mis hijos este vídeo que acompaña a mi carta de hoy. DOMUND 2015: Tiritas El lema de estos escasos tres minutos es el de los misioneros de la misericordia. El fondo va mucho más allá. Nos habla de cómo los corazones grandes hacen grandes a las personas.
Nuestros hijos están sometidos a diario a la presión de las malas noticias que nos rodean, las que ven en la televisión, escuchan de refilón en la radio, comentamos de pasada en la mesa mientras comemos. Los niños no son en absoluto ajenos al dolor. Más aún, son especialmente permeables porque suelen tener su capacidad empática a flor de piel. ¿Por qué a veces los padres nos empeñamos en hacerla desaparecer?
Movidos por el criterio de preservar a nuestros hijos de la maldad, a veces los intentamos aislar en una burbuja de cristal. Pero mantenerlos ajenos a la realidad no solo los distancia del mundo en el que viven sino que puede provocar que se vuelvan insensibles, que piensen que aquello no va con ellos.
Esta semana tenemos una bonita oportunidad para mostrarles, no solo el dolor real que sienten niños como ellos, sino la misericordia con la que reciben la ayuda de los demás. Porque simplemente con que un niño dedique un rato de su vida a pensar en los demás, se conviértete la mejor de las tiritas para las heridas del mundo.
María Solano Altaba. Directora de la revista Hacer Familia