8 jul 2018

Corazón y memoria


Magnífica reflexión de 
Mercedes Malavé:
Si nos concentramos en la dimensión interior del acto de amar, podemos decir que amar es, principalmente, recordar. El amor interior se ejercita mediante un acto de la memoria. De hecho, la palabra recordar viene del latín re-cordaris y significa literalmente "hacer presente de nuevo en el corazón", tener presente continuamente aquello que amamos.
Entendemos por memoria aquella facultad por la cual ejercitamos el acto interior de recordar las cosas previamente conocidas. El célebre San Agustín desarrolló ampliamente este tema de la memoria en su obra De Trinitate. En algunos pasajes explica que todo lo que el hombre conoce por medio de los sentidos corporales queda impreso en la memoria, a manera de imágenes que son semejantes al objeto exterior. Luego, el hombre puede traer de nuevo a su interior, aquellas realidades que ahora están ausente. A esta presencia consciente llama San Agustín "mirada interior", y equivale a un recuerdo. La voluntad es la encargada de llevar y traer estos recuerdos, porque tenemos la capacidad de retener o rechazar ciertos pensamientos. Capacidad que no viene dada, pues no es fácil deshacerse de los recuerdos: es necesario ejercitarse con disciplina y constancia para que paulatinamente esos pensamientos vayan disminuyendo en su intensidad y no ofusquen el mundo interior personal.
Cuando la voluntad está lo suficientemente dispuesta a permanecer unida al ser querido mediante un pensamiento o recuerdo constante, entonces decimos que allí hay amor, en su dimensión interior. Amor interior o recuerdo que tiene como su morada o su permanencia en lo que solemos designar con el nombre de corazón. Al referirnos al corazón estamos nombrando una facultad por la que somos capaces de mantenernos fijos en un pensamiento, al tiempo que realizamos otras operaciones del intelecto y la voluntad -tanto internas como externas- como el estudio, el trabajo, el diálogo, la distracción, etc.
Reconocer la verdad de nuestra vida y de lo que somos capaces de amar, es el camino que nos conduce a la felicidad. El corazón experimenta deseos de eternidad, que se traducen en profundas ansias de amor y satisfacción, que sólo llegarán a su verdadero y único culmen cuando alcancemos el momento "pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad" como dice el Papa Benedicto XVI en la "Spe Salvi". Vivir una vida apasionante, aprender a tener un corazón abierto y libre, fiel a los compromisos adquiridos, joven para ilusionarse con cada ser que nos presenta a lo largo de nuestra vida. ¡Vale la pena esforzarse por tener un corazón grande!