9 ago 2018

PRIMACÍA DE LA PERSONA

Del Blog serpersona.info

«El primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad». Benedicto XVI

   En los últimos años se ha promovido una cultura del triunfo, del éxito, de la exaltación de los grandes, los fuertes, los triunfadores. Una cultura del beneficio fácil y el enriquecimiento rápido. Una cultura en la que, como dice muy gráficamente Zygmunt Bauman, «uno solo vale según los resultados del último duelo», es decir, según los competidores a los que ha podido vencer en la última lucha en la arena del despiadado mercado en que nos movemos. 

Lo malo es que una cultura así ha dejado a nuestra sociedad —como no puede ser de otra manera— hecha un campo de batalla lleno de víctimas. Estas son los millones de parados, los cientos de miles de empresas abocadas al fracaso, los asfixiados por las cuotas de los préstamos, los amenazados por los desahucios a manos de aquellos mismos que con su dinero especularon. Y entre todas las víctimas, una generación que, en buena medida, abandonó años atrás los estudios y dejó de formarse seducida por la ganancia fácil, por unos sueldos que, sobre todo en la construcción, sobrepasaban en mucho los de profesionales cualificados. 

Pero llegó la crisis, pinchó la burbuja inmobiliaria y con ella se vinieron abajo muchos otros globos que nos habíamos hecho pensando que el trabajo duro era para los torpes o para lo inmigrantes —con perdón— y para nosotros las ganancias, los coches de alta gama y los beneficios rápidos. Unos beneficios exentos, por supuesto, de todo control ético —¿para qué la ética?— y, si era posible, también exentos de deberes tributarios. ¡Qué más da cómo se gane y si se tributa o no, si en este combate todo vale...! 

La crisis ha pinchado muchas fantasías y proyectos. Hemos creído poder organizar la vida sobre el lucro, la especulación y el dinero y la crisis nos ha hecho descubrir que la economía así concebida y programada nos lleva a hacer de la vida un verdadero «duelo». Hemos creído que la sociedad se puede construir sobre el «individuo», como sujeto de todos los derechos, haciendo de los intereses individuales la referencia única para medir el desarrollo, y nos hemos olvidado de construir la sociedad sobre la persona y su dignidad como fundamento de todos sus derechos. Nos hemos olvidado de que la dignidad humana y su desarrollo no pueden medirse únicamente por el factor económico, sino que deben contemplar dimensiones más amplias y profundas, como el desarrollo intelectual, ético, social y también espiritual. 

Vicente Altaba