28 feb 2017

La Cuaresma para niños

PARA INICIAR UN CAMINO... DE PENITENCIA Y ALELUYA

CON EL SÍMBOLO DE LAS CENIZAS
ABRIMOS el CICLO PASCUAL para
VIVIR y CELEBRAR, en ese TIEMPO
ESPECIAL de CUARESMA-PASCUA, los MISTERIOS 
de la PASIÓN, MUERTE 
 RESURRECCIÓN de JESUCRISTO.



Comenzamos con este miércoles, primero de marzo y miércoles de ceniza, EL TIEMPO DE CUARESMA (40 días) que nos preparan a celebrar y vivir con mayor intensidad el ciclo Pascual de este año 2017.


  • Con la imposición de la ceniza, iniciamos el camino de preparación penitencial y cuaresmal para renovar nuestras promesas bautismales en la noche de la vigilia Pascual y vivir gozosamente el hecho de la Resurrección de Cristo.

  • Con la cuaresma se nos llama a volver andar el camino, que hemos desandado con nuestros pecados, practicando la penitencia que se concreta en la oración, la limosna, el ayuno…

  • Son unos días para convertirnos al Señor, celebrando de manera especial el Sacramento de la Reconciliación en donde habiendo confesado nuestros pecados, recibimos la absolución de los mismos quedando por ella reconciliados con Dios y con la Iglesia.

  • Así, con esta disposición entramos a vivir y celebrar la Pascua Cristiana, es decir: Volvemos a recorrer un año más, el camino de la penitencia y del aleluya.


Corregir con amor

Que tu corrección nazca siempre del amor y nunca del enfado. Muchas veces la gente censura a otros no por el error cometido, sino porque les molesta. En lugar de mostrarse disconformes con las faltas que condenan, disfrutan —al menos inconscientemente— volcando en alguien su mal genio. No corrijas jamás por enemistad o por soberbia.No está bien recordar a otros constantemente sus defectos, simplemente porque tú eres virtuoso. «No tienes consideración» suele interpretarse como «yo que siempre soy considerado». Una corrección que no brote de la caridad no puede estar justificada ante Dios.

No permitas nunca que la reprimenda degenere en agravios o insultos, ni que contenga algo capaz de herir u ofender. Los abusos, en lugar de corregir o hacer más humilde, despiertan un odio secreto y muy amargo. Cuando la gente responde al abuso con el abuso, da una imagen totalmente indigna del ser humano.

La corrección nacida de un corazón que ama y administrada con amabilidad obtendrá su fruto. La música del amor, tanto si se escucha en el suave tono del elogio como en las notas más severas de la corrección, nunca deja de recibir amor a cambio. Afirma San Pablo que debemos corregir de manera verdaderamente fraternal. «Hermanos, si a alguien se le sorprendiera en alguna falta, vosotros, que sois espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, fijándote en ti mismo, no vaya a ser que tú también seas tentado».

Si te mueve un auténtico amor a Dios y al prójimo, reprenderás con amabilidad. Quien reciba tu corrección notará la ternura que caracteriza a la santidad. Nada atrae con tanta fuerza el corazón del hombre como las manifestaciones de amor.
San Pablo aconseja corregir al que se descarría, y no juzgarlo ni castigarlo:
«Vosotros, que sois espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre»; y exhorta a reprender «como a un hermano»: «Vosotros, hermanos, en cambio, no os canséis de hacer el bien. Y si alguno no obedece lo que os decimos en nuestra carta, a ese señaladle y no tratéis con él, para que se avergüence; sin embargo, no lo consideréis como un enemigo, sino corregidle como a un hermano». Cuando amonestes a otro, lograrás más fruto si te acercas a su naturaleza sensible con la ternura de Cristo. Elogia generosa y magnánimamente sus buenas cualidades, no con ánimo de adular, sino para dejar constancia de lo bueno que realmente existe en él, y es probable que lo potencies, si no hubiera otros obstáculos. Habla brevemente pero con claridad de lo que es reprensible. No vale de nada extenderse en lecciones ni en sermones. Al amonestado no le llevará mucho tiempo comprender cuál es tu intención.

Que aquel a quien corriges se dé cuenta de que te limitas a hacer recomendaciones por su bien y para que pueda crecer su influencia, y que dejas a su discreción si servirse o no de tu consejo. Bien sabes que, si sucediera al revés y fueras tú quien recibiese una justa corrección, querrías que te trataran con consideración. Para esta delicada obra de caridad necesitas la guía del Espíritu Santo. Por eso dice san Pablo: 

«Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo. Porque si alguno se imagina que es algo, sin ser nada, se engaña a sí mismo. Que cada uno examine su propia conducta, y entonces podrá gloriarse solamente en sí mismo y no en otro; porque cada uno tendrá que llevar su propia carga».

—Empieza elogiando. Si tienes algo que criticar, comienza por elogiar y reconocer lo bueno con sinceridad. Siempre es más fácil oír lo que nos desagrada después de haber escuchado alabar nuestras cualidades. No utilices métodos expeditivos. Señala los defectos del otro con tacto.

—Habla de tus fallos antes de criticar los ajenos. No cuesta tanto escuchar cómo recitan tus faltas si quien te critica comienza admitiendo humildemente que también él dista mucho de ser impecable.


—Pregunta en lugar de impartir órdenes directas. Esto hace más fácil que una persona enmiende su error, mantiene a salvo su orgullo y le proporciona un sentimiento de importancia, animándole a colaborar y a no rebelarse.

—Protege la fama del otro. Muchas veces pisoteamos los sentimientos ajenos yendo a lo nuestro, acusando, amenazando, o criticando a un niño o a un adulto en presencia de terceros, sin tener en cuenta el daño que infligimos a su orgullo. Pararse unos minutos a pensar, decir una o dos palabras amables, y una auténtica comprensión hacia la actitud del otro harán mucho por aliviar el resquemor.

—Elogia la más mínima mejora. El elogio, y no la condena, mueve a la otra persona a seguir mejorando.

Reconoce la buena reputación del otro, cuyas expectativas debe cumplir, y hará un gran esfuerzo para no defraudarte. Si quieres que alguien mejore en un determinado aspecto, actúa como si poseyera ya esa característica. Presupón y afirma que ya cuenta con la cualidad que pretendes que desarrolle. Casi todos, pobres y ricos, están a la altura de la fama de honradez que se les reconoce.
Infunde aliento. Haz que el defecto que quieres corregir parezca fácil de enmendar y deja ver que lo que deseas que haga el otro no es difícil de llevar a cabo. 


(L. G. Lovasik en “El poder oculto de la amabilidad”)

24 feb 2017

Acoger a los necesitados

Evangelio día 26: Domingo VIII del T.O.

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"Venid a mi si estáis cansados, agobiados" ...Levanta la cabeza, tengo para ti un amor inmenso.


Lectura del Santo Evangelio según san Mateo (6,24-34):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gante de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.
Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia».
Palabra del Señor

Evangelio Comentado por: José Antonio Pagola

                                   NO, A LA IDOLATRÍA DEL DINERO
El Dinero, convertido en ídolo absoluto, es para Jesús el mayor enemigo para construir ese mundo más digno, justo y solidario que quiere Dios. Hace ya veinte siglos que el Profeta de Galilea denunció de manera rotunda que el culto al Dinero será siempre el mayor obstáculo que encontrará la humanidad para progresar hacia una convivencia más humana.
La lógica de Jesús es aplastante: «No podéis servir a Dios y al Dinero». Dios no puede reinar en el mundo y ser Padre de todos sin reclamar justicia para los que son excluidos de una vida digna. Por eso no pueden trabajar por ese mundo más humano querido por Dios los que, dominados por el ansia de acumular riqueza, promueven una economía que excluye a los más débiles y los abandona en el hambre y la miseria.
Para colorear
Es sorprendente lo que está sucediendo con el papa Francisco. Mientras los medios de comunicación y las redes sociales que circulan por internet nos informan, con toda clase de detalles, de los gestos más pequeños de su personalidad admirable, se oculta de modo vergonzoso su grito más urgente a toda la humanidad: «No a una economía de la exclusión y la iniquidad. Esa economía mata».
Francisco no necesita largas argumentaciones ni profundos análisis para exponer su pensamiento. Sabe resumir su indignación en palabras claras y expresivas que podrían abrir el informativo de cualquier telediario o ser titular de la prensa en cualquier país. Solo algunos ejemplos.
«No puede ser que no sea noticia que muera de frío un anciano en medio de la calle y que sí lo sea la caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad».
Vivimos «en la dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano». Como consecuencia, «mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz».
«La cultura del bienestar nos anestesia, y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un espectáculo que de ninguna manera nos altera».
Cuando le han acusado de comunista, el papa ha respondido de manera rotunda: «Este mensaje no es marxismo, sino Evangelio puro» Un mensaje que tiene que tener eco permanente en nuestras comunidades cristianas. Lo contrario podría ser signo de lo que dice el papa: «Nos estamos volviendo incapaces de compadecernos de los clamores de los otros y ya no lloramos ante el drama de los demás».

Un nuevo ardor de Resurrección- II
























En el ámbito de la piedad popular, no se percibe fácilmente el sentido mistérico de la Cuaresma (Los misterios de Cristo que se encierran en este tiempo), y no se han asimilado algunos de los grandes valores y temas, como la relación entre el "sacramento de los cuarenta días" y los sacramentos de iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), o el misterio del "Éxodo" (Sacramentos de curación y servicio) presentes a lo largo de todo el itinerario cuaresmal. 


 Según una constante de la piedad popular que tiende a centrarse en los misterios de la humanidad de Cristo, en la Cuaresma los fieles concentran su atención en la Pasión y Muerte del Señor.    

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 Pero lo realmente importante es que la Cuaresma prepara y dispone los corazones de los fieles cristianos a Celebrar y Vivir en la Vida la condición de mujeres y hombres mortales pero nuevos y resucitados por Cristo en Cristo: ¡Es nuestra Pascua, la Pascua Cristiana!


En la plegaria que el Papa Francisco hace al final de su Exhortación Apostólica "EVANGELII GAUDIUM" dice:

"Virgen y Madre María...
Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados,
para llevar a todos el evangelio de la vida
que vence la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos
para que llegue a todos,
El don de la belleza que no se apaga" (Nº 288)

Amor como conquista
























Antes de construir un edificio, es preciso asegurarse de las condiciones del terreno, realizar estudios de viabilidad, nombrar un arquitecto, organizar la financiación, anunciar la oferta, elegir la empresa constructora. Solo entonces se inician los trabajos: cimientos, muros, tejados, desagües… Llega un día en el que se puede decir: «La casa está terminada».

En la construcción de la santidad personal y de las virtudes que le son propias, no sucede lo mismo. Este es un edificio en continua construcción, algo así como la Torre Eiffel, cuyas piezas se cambian sin descanso, una tras otra, un día y otro, a lo largo de los años; la famosa torre junto a la que viví en los años 80 no conserva un solo perno de aquella a la que subí por primera vez en 1966.

Para el hombre, la conquista de la pureza supone una lucha cotidiana, hasta el día de la muerte, e incluso en el más allá, en la purificación del Purgatorio. La pureza no es un diamante que se encuentra un día, que se talla y se pule para brillar después en un joyero o en los dedos de una mujer.

El amor es una conquista, y una conquista permanente. Se apoya en la perseverancia, que triunfa sobre toda clase de dificultades, como la del desaliento. Solamente Dios es puro, mientras que el hombre aspira a la pureza. El alma, a imagen del cuerpo, tiene una constante necesidad de ser lavada. Por eso, el Catecismo enseña que «el dominio de sí es una obra que dura toda la vida. Nunca se la considerará adquirida de una vez para siempre. Supone un esfuerzo reiterado en todas las edades de la vida».



El afán por esforzarse es esencial en la vida. Y es un aspecto eminentemente positivo de nuestra condición humana; un desafío al que hacer frente, la realización de una historia libre y responsable tejida de victorias y derrotas, con las que se forja esa humildad personal tan necesaria para el verdadero desarrollo de la personalidad y para la comprensión del prójimo.


(G. Derville en “Amor y desamor”).

20 feb 2017

Los cristianos al servicio de la humanidad

La fexibilidad

 Leemos en encuentra.com

La Flexibilidad es la capacidad de adaptarse rápidamente a las circunstancias, para lograr una mejor convivencia y entendimiento con los demás.
Los científicos están de acuerdo: sobreviven aquellas especies cuya capacidad de adaptarse es sobresaliente. Y esto se aplica a muchos ámbitos humanos: la carrera profesional, la familia, la amistad. La rigidez es un terrible obstáculo para cualquier ser humano.
La Flexibilidad es la capacidad de adaptarse rápidamente a las circunstancias, los tiempos y las personas, rectificando oportunamente nuestras actitudes y puntos de vista para lograr una mejor convivencia y entendimiento con los demás.
En ocasiones se ha entendido a la flexibilidad como un “ceder” siempre para evitar conflictos, ser flexibles no significa dejarse llevar y ser condescendientes con todo y con todos. El aprender a escuchar y a observar con atención todo lo que ocurre a nuestro alrededor, constituye el punto de partida para tomar lo mejor de cada circunstancia y hacer a un lado todo aquello que objetivamente no es conveniente.
Podemos apreciar una actitud poco flexible en las personas que rechazan de forma automática todo aquello que se opone a su forma de pensar y de sentir, al grado de comportarse en ocasiones como verdaderos necios e intransigentes. Antes de dar una respuesta o emprender cualquier acción, el sentido común debería llevarnos a hacer una pausa para considerar detenidamente cualquier idea o propuesta, y de esta manera formarnos una mejor opinión al respecto.
La flexibilidad mejora nuestra disposición para llegar a un común acuerdo y enriquecerse de las opiniones de los demás, de esta manera ambas partes se complementan y benefician mutuamente.
Cuando la amistad y la simpatía son el factor común entre las personas, ser flexibles no cuesta tanto trabajo, normalmente estamos dispuestos a escuchar y a cambiar nuestro parecer en el momento que sea necesario; lo difícil es mantener esta actitud abierta con el resto de las personas.
Cualquier persona, sea un compañero, dirigente, gobernante o autoridad, puede despertar poca simpatía en los demás como persona, más no por eso se duda de su capacidad y conocimientos. Por este motivo, los lazos de afecto no deben ser un impedimento para reconocer la autoridad profesional o moral que tienen las personas y ser todo oídos para tomar todo lo bueno que nos desean transmitir.
Si el núcleo de la flexibilidad es la adaptación, debemos hacer todo lo posible por encontrar en todo lugar y circunstancia, el equilibrio justo para hacer compatibles nuestro estilo personal de trabajo, costumbres, hábitos y modo de actuar con el de los demás para ser más productivos, mejorar la comunicación y establecer relaciones duraderas.
No es sorprendente encontrar a un genio de las finanzas, al prestigiado abogado, al excelente empresario o al alumno brillante, que, conscientes de su capacidad, conocimientos y experiencia, se cierran a todo género de opiniones, considerándolas inútiles y superficiales. La falta de flexibilidad nos hace insensibles y con poca apertura al diálogo, deteriorando notablemente la convivencia y la posibilidad de ser mejores en nuestro desempeño.
En este sentido, podemos decir que la humildad juega un factor importante para reconocer que nuestro criterio no siempre es el mejor y siempre estaremos expuestos a cometer un error o a tomar una mala decisión.
Algunas veces nuestra capacidad de adaptación se somete a pruebas más severas: cambiar de ciudad, de domicilio; nuevo empleo en una empresa con un giro completamente distinto al que veníamos desarrollando, nueva escuela, etc. En todos y cada uno de estos cambios debemos tratar con personas diferentes, así como sus costumbres y las normas de convivencia o de trabajo. La rapidez con que nos identifiquemos al nuevo ambiente, marcará desde el primer momento el éxito o fracaso en nuestro desempeño y las relaciones con los demás.
Lo más vano y de mal gusto es hacer continuas y repetitivas comparaciones entre la forma de trabajo anterior, prestaciones e importancia; los excelentes vecinos; las instalaciones de la escuela; las ventajas de la gran ciudad, los lugares de esparcimiento y diversión… y tantas otras manifestaciones superficiales que muestran hermetismo y el orgullo vano de haber pertenecido o crecido en un lugar diferente.
 


La flexibilidad nos debe llevar a buscar la plena integración al nuevo medio, si es ahí donde tenemos que estar, de poco sirven las quejas y las comparaciones inútiles. Aprender a tomar lo mejor de cada lugar y de su gente, demuestra madurez, sociabilidad, compromiso, solidaridad, apertura a la comunicación y a la adquisición de nuevas experiencias.

Para que nuestros propósitos de mejora tengan fruto, es necesario identificar y corregir algunas de las actitudes que nos impiden vivir cabalmente este valor:

Procura que tu primer impulso no sea dar un sí o un no como respuesta. Aprende que el aceptar o el negarse tiene su momento. Escucha, observa, medita y actúa.

– Habla cuando sea necesario, o calla si las circunstancias lo ameritan. Las conversaciones forzadas no llevan a ninguna parte, cuantas veces nos empeñamos en hablar de un tema que a nadie interesa.

– Busca el mejor momento para expresar tus opiniones.

– Aprende a dejar una conversación en el momento oportuno, evitando discusiones que no llegarán a una conciliación. Nada ganamos con aferrarnos para tratar de convencer a una persona que no quiere escuchar.

– Trata a cada persona según su peculiar forma de ser, lo cual se traduce en respeto.

– Rectifica cada que sea preciso tus opiniones o actitudes. Corregir los errores, pedir perdón o aclarar la equivocación en nuestro juicio, demuestra sencillez y rectitud de intención.
– Respeta las reglas o normas que imperan en los distintos lugares a los que asistes, a menos que afecten la integridad y la seguridad de cualquier persona.

Para la persona flexible no existen barreras en la comunicación y en las relaciones, su adaptación es tan natural que nunca parecerá extraño o distinto en los ambientes más diversos, sin exponer su persona a influencias negativas o poco recomendables.
Nuestra vida sería más sencilla si fuéramos conscientes de la riqueza que guarda cada persona, cada ambiente, cada nuevo conocimiento y experiencia, sin aferrarnos a nuestro propio juicio y opinión.

17 feb 2017

El control de la vista, del oído y del tacto, garantiza la propia libertad de decisión




El desarrollo de los sentidos forma parte del crecimiento humano: aprender a observar a una hormiga que transporta una miga de pan más grande que ella; contemplar una puesta de sol sobre el mar; aspirar el perfume de una rosa o el olor de un caramelo; saborear un trozo de chocolate; asombrarse ante el sabor de una aceituna; escuchar una voz agradable, el viento que pone en movimiento las hojas de los árboles, el sonido de las campanas, una sonata de Chopin, el ruido del agua que discurre sobre los guijarros; tocar la seda, el terciopelo, una piedra lisa; estrechar a un hijo entre los brazos… 

Los sentidos están hechos para vivir, para amar, para maravillarse ante la bondad de Dios. Algo distinto es la concupiscencia, la esclavitud de la sensualidad.
El control de la vista, del oído y del tacto, garantiza la propia libertad de decisión sin dejarse dominar por un deseo irresistible.


 El tacto encadena fácilmente al hombre. Sin caer en la mojigatería, es preciso reconocer que la práctica de besar a todo el mundo, no importa a quién, además de forzada, banaliza las relaciones interpersonales. «Quien mucho abarca, poco aprieta». Y, ¿qué decir de la huida de las ocasiones en los terrenos del oído y de la vista?

De la página web tan_gente  (Un empeño en transmitir la alegría del evangelio)
https://rsanzcarrera.wordpress.com/

Evangelio día 19: Domingo VII del T.O.

Lectura del Santo Evangelio según san Mateo (5, 38-48):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.
Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
Palabra del Señor
Del comentario de J.A. Pagola

UNA LLAMADA ESCANDALOSA

...Cuando Jesús habla del amor al enemigo no está pidiendo que alimentemos en nosotros
sentimientos de afecto, simpatía o cariño hacia quien nos hace mal. El enemigo sigue siendo alguien del que podemos esperar daño, y difícilmente pueden cambiar los sentimientos de nuestro corazón.
Amar al enemigo significa, antes que nada, no hacerle mal, no buscar ni desear hacerle daño. No hemos de extrañarnos si no sentimos amor o afecto hacia él. Es natural que nos sintamos heridos o humillados. Nos hemos de preocupar cuando seguimos alimentando odio y sed de venganza.
Pero no se trata solo de no hacerle daño. Podemos dar más pasos hasta estar incluso dispuestos a hacerle el bien si lo encontramos necesitado. No hemos de olvidar que somos más humanos cuando perdonamos que cuando nos vengamos. Podemos incluso devolverle bien por mal.
El perdón sincero al enemigo no es fácil. En algunas circunstancias, a la persona se le puede hacer prácticamente imposible liberarse enseguida del rechazo, el odio o la sed de venganza. No hemos de juzgar a nadie desde fuera. Solo Dios nos comprende y perdona de manera incondicional, incluso cuando no somos capaces de perdonar.

Silencio, soledad y oración

Hazte amigo del silencio y la soledad y busca siempre y en todo momento la oración.

Hay un silencio que hace bien y otro que lastima. Una soledad que purifica y otra que destroza. Una oración que es diálogo y nunca monólogo.


El silencio no es vacío, es escucha.

El ruido te muerde, te agita nerviosamente, te distrae de lo importante. El ruido te miente.

El silencio te acaricia, te serena el corazón, te centra en lo esencial. En el silencio podés escuchar la voz profunda de tu corazón que habla con verdad.

La soledad no es ausencia es encuentro.

La falta de soledad te dispersa, te masifica, te aleja de los otros, te ausenta del mundo como si fueras un clon sin alma.

La soledad te ordena, te fortalece, te da perspectiva. En soledad podés poner delante de ti a todas las personas que gravitan en tu mundo. El ejercicio de la soledad te ayuda a volverte un ser presente con pies bien afirmados en la realidad.

La oración es diálogo de amantes.

La oración te pone en contacto, intimidad y encuentro con AQUEL que es el único capaz de amarte plena, total y desbordantemente. El que te conoce y te ama; el que te busca y te ama; el que te espera y te ama; el que siempre te ama.

Si la sola presencia de un buen amigo te reconforta y una conversación amena te robustece; ¿cuánto más te llenará de savia, hundirte en la presencia y la charla con el autor de la vida?

¡Querida amiga! ¡Querido amigo! busca el silencio y la soledad cuando precises crecer. Y dialoga con Dios siempre que puedas en todo momento.

Que el Dios que te ama, te bendiga, te proteja y te conceda un corazón rebosante de amor para dar.

Rodrigo F. Gil

13 feb 2017

Para llenarse de Dios

El padre José Pedro Manglano, con más de 30 libros publicados y un millón de ejemplares vendidos de temas espirituales, ha querido dirigirse a los jóvenes en su libro Santos de Copas en el que enseña que una vida cristiana es posible sin salir del mundo.  Él propone estos diez "ejercicios de calentamiento" (así los llama él) para ayudar a vaciarnos de nosotros mismos y así facilitar el llenarnos de Dios.



1.- La aceptación
Hay que vaciar la voluntad; dice, no hacer las cosas que yo quiera, como yo quiera, sino aceptarlas tal como son, pues es Dios mismo quien así las quiere. De esta forma, dice Manglano, se alcanza la verdadera mortificación, que no consiste en “meterse piedras en los zapatos”, sino en “la aceptación de la voluntad de Dios”.

2.- La liberación
Es importante liberarse de hábitos y costumbres que atan. Muchas veces, la gente dice “si no duermo siesta, no soy persona” o “si no me tomo un café, no puedo funcionar”, y para justificarse razonan con “falsa humildad” que “son así”. Estos falsos apoyos no permiten liberarse totalmente de cadenas que atan y no dejan “tener el espíritu de Cristo”.
  
3.- La piedad
Rezar; rezar es educarse, porque en cada ejercicio de oración la gente se abre a nuevos puntos de vista, a la iluminación. Así, cuando se va a misa o se lee el evangelio hay que ir con actitud de vaciarse de la propia palabra para “llenarse de la suya”. Lo que tiene que importar es lo que Dios hace con cada uno en estos ratos, no si se hace “bien o mal”.

4.- La humildad
El ejercicio de la humildad consiste en saber cuál es la posición de cada uno respecto a Dios. Se debe ser conscientes de que la existencia es por y para Él. Por ello, como dice Manglano, “no juzgo la bondad de Dios por lo que me pasa, sino que juzgo lo que me pasa a partir de la bondad de Dios”. Eso es la humildad, es reconocer que “aunque a mí me ocurren cosas malas, Él sigue siendo bueno”.

5.- Confiar
Si la humildad es la posición respecto a lo que me rodea, confiar es la acción que sigue. El ejercicio de confiar supone un “esfuerzo” por el que “nos vaciamos de la confianza en nosotros mismos” y se aumenta la confianza en Él.

6.- “Que me despellejen”, amar hasta las últimas consecuencias
Vaciamiento y lucha es atender al prójimo en todo, sacrificando las comodidades. Hay que decirle a los demás: “lo que necesites, aquí lo tienes”.
  
7.- Desarrollar el espíritu, sin olvidar el cuerpo
Según Manglano, debemos “vaciarnos de las mil necesidades que el cuerpo pretende imponernos”, rechazando así ciertos instintos “animales” propios del ser humano. Sin embargo, esto no significa que se deba ignorar el cuerpo material, que no es algo que “se tiene”, sino que “se es”.

8.- La interioridad
Es necesario cuidar la interioridad, tan ahogada con prisas y miles de actividades. No hay que tener miedo a aburrirse o a estar desconectado. Hay que disminuir el ruido exterior para poder “respirar” interiormente.

9.- Vivir en la Iglesia
Vivir en comunidad exige un esfuerzo personal de vaciamiento. Hay que “entregarse por aquellos con los que vivimos la fe”, ya sea, haciendo un voluntariado o rezando por los demás. Para que este ejercicio sea completo, hay que “vivir los sacramentos” no solo celebrarlos.
  
10.- La alegría
Como decía Santa Teresa de Calcuta, “un corazón alegre es el resultado lógico de un corazón ardiente de amor”. ¡No hay que tener miedo de amar hasta el extremo! Así se alcanza la plena alegría y el total vaciamiento, al igual que Cristo en la cruz.